Cuando
no me quedan ganas
de
atrapar la mariposa
en
este mundo de demonios,
no
me enfado.
Dejo
caer las manos encima
del
regazo pidiendo árnica,
tal
vez espere en el fondo
una
voz ligeramente tierna,
un
roce de aire frío,
o
ese enorme suspiro
que me abra el
pecho
como una enorme sandía.
No
pretendo ser dueña de todo
lo
que me sucede,
ni
entenderme hasta el punto y coma.
Tampoco ato a la fiera que llevo
entre
las rayas de mi vestido,
ni
me hago mapas para cada mañana.
Fluyo
como las gotas de una lluvia
que
cae cuando le viene en peso,
unas
veces mansa,
otras veces más violenta.
No
sé escapar de la seca por
no
tener verdes,
sé
esperar como quien no aguarda,
porque
los días son como los dedos
que
acarician las hojas,
de
tan intensos se confunden
con
aquellas pardas,
y
ellas no entienden eso
de arrojarse en brazos de las horas.
Nená
de la Torriente