a
las cuatro,
no
encuentro mi cometa
yo
te escribo,
y
porque no regresa mi voz
cuando
bajito voy dictando
mis
ahoras
-y me sorprende
lo
suave de mi piel todavía-,
despliego
mis dedos como ramas
de
higuera sobre un teclado frío.
Cuántas
cuentas aún le quedan
a
este collar de pérdidas
y
descubrimientos,
que
hasta un temblor de labios
puede
ser un inquiero
y
una lágrima un acertijo.
Dónde
quedan tus ojos, dime,
que
no siento tus pozos
de té hirviendo
en
estas palmas ni en mis yemas.
Dónde
has dado cobijo al volantín
de
mis versos,
que
hoy planean en otros cielos
imposibles por lejanos,
distanciados
de las voces que te di.
Nená de la Torriente