No pedía una suculenta
manera de llevarte
a la boca,
ni un mano a mano,
ni una increpación que
tirase de la entraña
y nos revolviera.
Quería un mantel
de cuadros pequeños
-blancos y rojos-
y un par de copas de vino.
Entendernos.
Pero ya nada es tuyo
ni mío,
nada puede detenerlo.
Está vivo,
este endriago está vivo
a pesar de ti y de mí,
de malparirlo.
Nos ata inevitablemente
la diferencia,
la penosa contrariedad.
Nená
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