martes, 1 de abril de 2014

LA AGONÍA SIEMPRE 
TIENE NOMBRE

Alojado en la espera 
de una sola respuesta,  
deja pasar el esperpento 
de las noches. 

Los bares de copas, 
las risas vacuas, 
el tremendo dolor de testa 
al día siguiente,  al voltear 
cualquier frazada sin un somier. 

El sabor agrio de las barras de labios 
y la ginebra seca en su lengua, 
grapada a un piso de orfandades. 

Y despensar: 

¿Qué era eso que me rondaba 
en la cabeza? 
¿Qué era eso que quería salir? 
¿Qué cosa decía y qué me tenía preso? 
¿Por qué he muerto otra noche igual? 

El día era un impasse de sueño discontinuo, 
como un tráiler de otro tráiler visto cien veces, 
hasta alcanzarle la noche como un reloj 
sin saetas, 
y el aturdimiento 
y vuelta a empezar. 

Y no,  no había mano que se tendiera
y le sacara de esa trocha cíclica. 







Nená de la Torriente