LA AGONÍA SIEMPRE
TIENE NOMBRE
de
una sola respuesta,
deja
pasar el esperpento
de
las noches.
Los
bares de copas,
las
risas vacuas,
el
tremendo dolor de testa
al
día siguiente, al voltear
cualquier frazada sin un somier.
El
sabor agrio de las barras de labios
y
la ginebra seca en su lengua,
grapada
a un piso de orfandades.
Y
despensar:
¿Qué
era eso que me rondaba
en
la cabeza?
¿Qué
era eso que quería salir?
¿Qué
cosa decía y qué me tenía preso?
¿Por
qué he muerto otra noche igual?
El
día era un impasse de sueño discontinuo,
como
un tráiler de otro tráiler visto cien veces,
hasta
alcanzarle la noche como un reloj
sin
saetas,
y
el aturdimiento
y
vuelta a empezar.
Y
no, no había mano que se tendiera
y
le sacara de esa trocha cíclica.
Nená de la Torriente