La
niña recorrió
los
canales despejados y curvos
de
la concha de un caracol,
presintiéndose
en casa.
No
esperaba a nadie
y
construyó una puerta
con
hojas pardas y tallos mustios
de
geranio,
que
retrasarían el vaguido
de
las ausencias.
Había
encontrado un hogar
a
su medida,
sordo
de mundo
pero
con el eco acanalado
que
trasformaba el sonido
en extrañas formas.
A
nadie le afectaba su vida
¿Con
quién iba a negociar?
Sólo
conectaba su rumor en verso
de hoja de hierba
-que
cosía atropelladamente,
con
colores fríos y cálidos-
y sólo en tardes de sol panzudo.
Se
sintió a salvo.
Sólo
saldría aquellos atardeceres,
y dejaría sus rumores apoyados
en la primera roca
que encontrase con musgo.
Nená de la Torriente