En
esta madrugada el aire
se
cuela en los botones de mi abrigo,
protegiéndose
de sí mismo.
La
luna va siempre delante
temerosa
de sus sombra
que
se desliza detrás de la mía,
a
unos metros más allá del cerro
que
se arrima a la autopista.
Madrid
ya no es lo que era.
El
sonido de mis tacones
es
más amenazador que los tipos
que
caminan por la acera, ebrios, o
trasnochados
con una mochila repleta
de
asuntos que desconozco.
Las
calles ya no huelen a gladiolos,
mucho
menos a aquellos ‘nardos de algún caballero’,
Ya
no tengo miedo a la noche.
Hoy, ahora, me siento de esta ciudad,
como
los desconchones de las esquinas
de
sus edificios viejos, escucho el suelo,
las paredes, y soy parte de sus silencios.
Participo de ese preludio de estar
sin
saber qué pasará,
pero
con la certeza de que de algún modo
yo
permaneceré de alguna forma,
aunque sea insignificante.
Nená de la Torriente