Yo
creía que la lluvia eran balas de plata
porque
no conocía la verdadera sed.
Creía
que el abrazo lo arreglaba casi todo
porque
no conocía la absoluta desesperanza.
Pensaba
que una sonrisa era capaz de mover los ríos,
pero
desconocía el pillaje tras los desbordamientos.
Y
aun con todo lo que desconozco, sigo
creyendo en ti.
Porque
he visto mover inconscientes brazos agitándose
ante
un grito de auxilio,
como
si de la propia naturaleza naciera una respuesta,
y
he visto la lágrima en el ojo de la anciana,
al
ver al joven herido.
Sí, también he visto correr en dirección a las antípodas,
pero
el miedo es connatural a todos,
como
las costras a las heridas
(pero
también nos las levantamos)
He
sentido la fuerza en muchos que proclaman su ira
(a pesar de la fatiga de argumento
de reiterativas historias pasadas),
que
me ciega pensar en toda esa increíble eficacia
en
disposiciones ‘reales y acuciantes’ de ahora mismo,
y
me siento tan sobrecogida de ser una humana
como
vosotros,
que
no dejo de pensar
en todo lo que podríamos hacer.
(Y no pienso escuchar: Yupi-aya.yupi.yupi-a.
Conozco muy bien a los estúpidos)
Nená de la Torriente