como
dos palabras que no se tocan
por
culpa de una coma.
Dos
lechos distintos,
el tuyo y el mío.
Tus
venas se deslizan hacia al sur
en
medio de la neblina del Harmattan,
las
mías andan airadas y confusas
por
el Siroco.
Fuimos
tierra,
en
algún momento de la vida
fuimos
firmes como tablón anclado,
hoy
apenas un ala nos sostiene
y
nos creemos con derecho a maldecir
a
las atardecidas,
pero
ambos amamos el amanecer
como
dos fieras enjauladas
que
exigen el derecho a consumar
su
estancia como legítimos
soldados
en
una guerra que en el fondo
la
concibió la parte peor de los hombres.
¿Quién
arbitra lo que ha de fraguarse
mañana?
¿Quién
vuelve los ojos a este absurdo
desamparo
de las manos del hombre?
¿Quién
a los hermosos y dolientes
pómulos
de los niños?
Si
fuera tan sencillo como voltearse
aprendiz
de neófito,
el
mundo, ese que conoces,
éste
otro que frecuento,
estaría
lleno de mudas de serpiente.
Nená de la Torriente