No
hay conjuros en mi caja de galletas,
ni
monstruos azules,
ni
hadas,
pero
sigo siendo una niña pequeña
atrapada
en un vaso de leche.
Nadie
me va a beber de un trago,
ni
voy a dejar que me inventen de otra manera
donde
no existan galletas, ni ese líquido blanco
que
me mantiene inquieta
en
el margen de las cosas.
No
hay príncipes azules
pero
sí amores maravillosos
y
suertes de otro planeta sobre este suelo
de
terrazo, corriendo por estas venas
casi
garzas.
No
hay razones absurdas por dislocadas,
pero
sí fantasía de color en mañanas grises,
que
no tengo por qué caminar al ritmo
que
marque otro
si
su cadencia no me gusta.
A
veces me distraigo y me detengo,
y
gano mucho tiempo perdiéndolo,
que
las cosas no son lo que parecen
en
este ir y venir de cada día,
no
sabiendo posar ni los ojos ni las manos
en
nada que nos ocupa la lengua con toda su saliva.
Juego
a jugar que vivo sobreviviendo
y
así sobrevivo con una sonrisa
al menos de bigote blanco.
Nená de la Torriente