y
mira que me escuece no saber.
Tengo
las manos áridas,
tanto
como la arena de un desierto
y
la lengua seca,
tanto
como un desierto,
y
los ojos ciegos
tanto
como la noche cae
en
un desierto,
y
el alma vencida,
tanto
como la duna reclinada
de
un desierto.
Y
conozco mi fin,
como
los siglos cifraron el suyo
a
los desiertos.
Nená
de la Torriente