Entre
los dedos
camina
la esperanza
con
el insolente ronroneo
de
una felina que se sabe
superviviente.
La
miras desplazarse
con
su larga cola
rozando
el índice y el corazón
al
mismo tiempo,
y
parece una regresión al tiempo
de
la escuela,
cuando
la maestra repasaba
tus
escritos.
La
esperanza duerme tan profundo
cada
día
que
amanece con los ojos torvos
y
el corazón en una roncha.
Nos pasamos todo el día
hablándole
obstinados
de
continuo,
hasta
devolverle la bravura
de unas garras.
La
esperanza no es mujer
aunque
la llamen bella,
ni
aunque pinten de jazmines
la
antracita de sus pómulos
que se destapa con
cada desmayo.
Sabe
cómo sostenerse,
mirarnos con ojos de dios griego,
y
hasta abofetearnos cuando es
y
no es preciso.
Nená de la Torriente