Si
no te dijera que estos verdes
son
la estancia más cálida
de
mi memoria, la habitación
con
más luz.
Cortinas
que se ondulan
con
el sacudir de las risas y el cruzar
de
rodillas
en
el desparpajo vital de la tarde,
no
me nombraría del todo.
Si
no te contase que en la caída
de
la tarde
el
perfume del helecho
me
devuelve las paces con el mundo
y
calma todas mis huidas.
Que
ningún mar como el cantábrico
me
hace sirena embravecida,
capaz
de enmudecer por capricho
para
enseñar a cantar a la luna,
no
me nombraría del todo.
Si
no te contase que el monte más bajo
es
montaña y el río cascada en pedregal
frondoso,
y
la mora, mora,
y
el niño, niño,
el hombre más fuerte que otros
que
haya visto,
y
la mujer con la mirada más nostálgica
del mundo,
no
me nombraría del todo.
Si
no te contara que las cajigas,
los
álamos, las encinas milenarias
y
aquellas colonias de eucaliptos
hablan
con las ramas de mis brazos,
y
que los maizales que se agitan
tienen
un lenguaje propio
dictado
por los siglos,
no
te estaría hablando de mí.
Nená de la Torriente