Tendré
que hacer el macuto
con
mis parvedades,
con
los ahogos y las urgencias
de
un corazón que perdió el habla.
Ya
no sé cómo explicarme que no puedo
abrigar
tanta prórroga,
que
ya sea por lo que tengo o
por
lo que me falta
otros saldrán
corriendo a cabriolear faldas
con
cremalleras más o menos ruidosas.
Sólo
codicié a alguien sencillo
con la valentía de un ejército entero
-esas
pretensiones siempre se pagan-,
así
que doblo el pañuelito de la que aguarda
en
el puerto con el afán de una sola llegada,
y
entiendo que mi viento no es de nubes,
ni
de aves -mucho menos de aves,
que
jamás me gustaron ni un poco-,
sino
de gavillas de hojas que se golpean
para
ir hacia ninguna parte
y
hacia todas las humedades,
en
esa sin gravedad
de
todas las cosas tan ligeramente
sin
peso.