Donde
quede el cielo,
donde
se marque la curva de oro
que
nace y desfallece entre azules
que
no lo son, allí mismo se escribe
mi
nombre,
como
lo que no es, siendo.
Me
preguntarás de qué me sirve
saber
dónde colocarlo, y
sabrás
por mi sonrisa y el modo
que
tengo de caminar, que los pies
están
muy pocas veces quietos,
y
que los labios hablan más sonriendo
que
en el confuso manantial de voces.
Un
punto estático es un tesoro
siempre
que abres los ojos.
Tal
vez no comprendas muy bien todavía
esta
terquedad mía por esta mota de polvo
en
una balda,
pero
saberse
(sólo un poco)
aunque
no te conozcan los otros
ni
te carguen en sus redes con todas
sus
maravillas,
ya
es todo un afortunado lance.
Créeme.
Nená
de la Torriente