Agosto desposa la playa, y le da un apellido distinto.
Ni la noche
le libra del olor de los cuerpos.
La cubre el aliento
de los que adoran el sol,
y soldado a los muslos,
al cabello, a los labios
la noche siente la náusea.
Denso, detrás de las sombras,
ese calor recorre su ombligo
jugando a canicas ciegas.
Y yo la contemplo
arrimada a mi ventana azul,
inventando un invierno.
Nená
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