Tu cuerpo extraño
que extrañamente
amanece
es el mío cubierto
de otra lona.
Respira este humo
de despertares
en la esquina de
mi hombro,
preso languidece de
tu humedad
y a ciegas
tropieza y se tortura
con los desniveles
de tu cuerpo.
Soy tan de tierra
como ese lecho
donde plantaste
las blancas lilas,
tan de su aroma
como el perfume
que me regalaste.
Soy la vela de tu
inexistente mesilla,
el papel donde
escribes lo que no puedes
y aún así ambicionas,
el suspiro a solas
de tu pecho,
la palabra primera
y la última,
tu eterno desequilibrio.
Nená de la Torriente