Cuando
he sido arena,
cuando
he sido lluvia,
las
palabras sonaban distintas.
Distinto
el cascabel de los sentidos
que
travieso se colaba en lo disperso
haciendo
nidos.
Nunca
fue idéntico el silencio
que
perfilaba los cuerpos en las noches
de
vino,
ni
similar cada uno de los amaneceres
que
desperté contigo.
Cuando
he sido juventud,
cuando
he sido voz sostenida,
los
versos sonaban distintos.
Diferente
la comisura y el beso
que
revoltosos enredaban en lo prohibido,
probando
flaquezas que desvistieron decoros.
No fui patrón de huidas
que calmaran descuidos,
ni cazán con relincho furtivo.
Cuando
he sido gorrión,
cuando
he sido maestra,
la
risa sonaba,
ha sonado y suena distinta.
Desigual
la verbena que amenazaba
el
vértigo en el vals de las velas,
anunciando
la elección de un solo hombre
y
esos labios que tendrían que beber
de
la misma hondura caótica,
mi
sexo.
Jamás un nombre común
a todos los nombres,
jamás una dirección,
jamás un apellido.
Nunca un después.
Nená de la Torriente