Tiembla la tierra,
se estremece como la
piel
expuesta.
Si te arrimas a la
orilla misma
del mundo
verás caer las
estrellas
una a una,
precipitarse confusas
sin saber dónde
queda el cielo.
La tierra se enronquece,
le duelen los
garrones
por vieja
y la voz
incoherente de los hombres,
el látigo que
separa el amor del juicio
sin ninguna prudencia.
Si atiendes cuando
el sol no la quema
oirás su desmedida
queja,
millones de
talones la desgajan
en herida,
y
la obligan
a no perder
nunca
la memoria.
Nená de la Torriente