A veces un yo muy
grande
hace que no quepas
en la cama,
ni en la sala de
estar,
ni en el plato de
la ducha.
Un yo muy grande da mucho trabajo,
demasiada
atención,
silencio a discreción,
ser confesor y
paciente.
Para vivir con un
yo muy grande
hay que entender
que el capricho
es connatural a su
presente,
el ahora sí, ahora
no,
'tú estás aquí para
atenderme'.
Terminas
comprendiendo
que tu lugar no
existe
como algo delimitado
y propio,
tus heridas se
curarán solas,
tus problemas los
oirá la pared más próxima
o la almohada más
rozada,
y tu inquietud
-si es que aún la
tienes-
se deshará como un
hielo en la boca,
casi tan
dolorosa
como estúpidamente.
Nená de la Torriente