Detengo el pulso
para dejarte pasar.
No sé quién soy y
acaso no importa,
que de andar se
descubren otros misterios
menos cerca de uno
y de la propia identidad,
pero más próximos
a ese estado de anuencia
con el mundo.
El árbol no se
tiene en común número,
ni en ser, ni en acuerdo, y
renueva con oxígeno
los espacios,
tampoco una a una
las gotas de lluvia
que amamantan los
campos,
ni el enorme sol
con su incesante movimiento.
No me tengas miedo,
que mi yo no busca
definirse
como tantos que
van buscando cautivarse
en un sólo punto.
No,
no voy a respirar tan alto
que este equilibrio
se desvanezca.
Nená de la Torriente