Acaricio la idea
de borrar de mi
todo lo que sobra,
pasear hacia un
final de infantil maravilla
y arrojar arena en
los tejados,
siempre tan
anegados por tormentas.
Sospecho que nadie
querrá seguirme
porque nadie ha
querido buscarme, y
estoy en ese paso
tan parecido
al que carga la
bailarina,
en la sombra de su
propio cuerpo.
Me duelen los
niños que no han recibido
lo que de suyo les
fue prometido,
y los ancianos
tristes que habitan
en destartalados
cajones.
Me duele la
absurda soledad
que trastorna,
y la soberbia del
que se piensa cimero
en esta cadena de desatinos,
y desconoce el
dulce tacto
de la mano que auxilia.
Pero en esta
pagaduría de ambiciones
todos tropezamos
con talones,
bordillos y
portalones con cierres,
y el corazón busca
la forma
de volvernos cándidos,
e inundarnos de
luz.
Nená de la Torriente