miércoles, 1 de octubre de 2014

Romper el reloj


 Dulcemente se despierta la intimidad 
menos oportuna, 
esa que cuando niños resultaba tan accesible. 
Las mañanas no son silbatos dispuestos 
en hilera, 
ni botones que abrochamos implacablemente. 
Todo se renueva desde una hoja nueva, 
vacía e inocente, 
sin haberla aún acariciado con los ojos. 
Nacemos a la infancia sin atajos, 
como un primer vestido de domingo 
cuando sólo existe ese día y ningún otro. 
Dulcemente el corazón vuelve 
de las calles que se estrechan 
y decide quedarse, 
cuidarse de los colores plomizos 
y de los olores rancios, 
que contaminaron todo 
con pequeñas amarguras absurdas. 




Nená de la Torriente