Nadie aprende a construir sueños
sin hacerse cardenales.
La vida tiene la fantasía precisa
para no olvidar
el peso de nuestro cuerpo.
Nos hemos dicho tantas veces te quiero,
que de labio a piel suena a hoja
que cruje
en un otoño perdido.
Podemos partir la vaina de una judía
pero no sabemos arrancar la semilla
de la nuestra.
Somos tan predecibles,
tan perpendiculares a la altura
de los álamos,
que el cielo es una imagen
que adorna
nuestro palacio de tierra.
Demasiados ‘demasiados y a veces, y bastantes’
cubren nuestro repertorio
de forzosa limitación,
más forzosa por forzada
porque nos da miedo vernos en lo alto
de una cima
a la que no sabemos ponerle nombre.
Cuando las licencias se acaban y
las credenciales se vuelven ambarinas,
el salvoconducto se traduce en fe, y
la fe es una palabra maldita,
condenable
desde nuestro propio obstáculo.
¿Te incomoda la intimidad que no es tuya?
A mí jamás me contrariará la vuestra.
Nená de la Torriente
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