martes, 31 de marzo de 2015


Nadie aprende a construir sueños 
sin hacerse cardenales. 
La vida tiene la fantasía precisa 
para no olvidar 
el peso de nuestro cuerpo. 
Nos hemos dicho tantas veces te quiero, 
que de labio a piel suena a hoja 
que cruje 
en un otoño perdido. 
Podemos partir la vaina de una judía 
pero no sabemos arrancar la semilla 
de la nuestra. 
Somos tan predecibles, 
tan perpendiculares a la altura 
de los álamos, 
que el cielo es una imagen 
que adorna 
nuestro palacio de tierra. 
Demasiados ‘demasiados y a veces,  y bastantes’ 
cubren nuestro repertorio 
de forzosa limitación, 
más forzosa por forzada 
porque nos da miedo vernos en lo alto 
de una cima 
a la que no sabemos ponerle nombre. 
Cuando las licencias se acaban y 
las credenciales se vuelven ambarinas, 
el salvoconducto se traduce en fe,  y 
la fe es una palabra maldita, 
condenable 
desde nuestro propio obstáculo. 
¿Te incomoda la intimidad que no es tuya? 
A mí jamás me contrariará la vuestra. 



Nená de la Torriente

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