martes, 10 de marzo de 2015


Entre tanto pecado de sirena apareces tú 
como un torbellino de arena, 
que al agua del mar no sucumbe. 
¿Cómo te escribo ahora? 
Ha muerto la muñeca, 
su boca se abre sin miedo a que alberguen las algas 
y tú tan esquivo, 
bromeas más allá de la curva de sal y de espuma: 
Ella siempre fue de nadie. 
¿Dónde estaban las gaviotas? 
Arrojamos juntos trozos de pan a la resaca, 
los veíamos irse y volver 
y volver a irse mucho más lejos 
donde el negro se estampaba en el índigo. 
Fue la amada, 
tan bella, 
tan bella, 
la primera rosa blanca entre híbridos de té, 
la solución pasajera pero única 
de todos tus males, 
el quiebro volátil de entonces. 



Nená de la Torriente 

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