Entre tanto pecado de sirena apareces tú
como un torbellino de arena,
que al agua del mar no sucumbe.
¿Cómo te escribo ahora?
Ha muerto la muñeca,
su boca se abre sin miedo a que alberguen las algas
y tú tan esquivo,
bromeas más allá de la curva de sal y de espuma:
Ella siempre fue de nadie.
¿Dónde estaban las gaviotas?
Arrojamos juntos trozos de pan a la resaca,
los veíamos irse y volver
y volver a irse mucho más lejos
donde el negro se estampaba en el índigo.
Fue la amada,
tan bella,
tan bella,
la primera rosa
blanca entre híbridos de té,
la solución pasajera pero única
de todos tus males,
el quiebro volátil de entonces.
Nená de la Torriente
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Háblame