A veces sucede...
Temía no estar invitada a tanto amor.
Se confesaba bajito
no llevar el vestido oportuno
ni la sonrisa más luminosa,
que la edad le colgase del brazo
como un mimbre
para llevar algarrobas,
y que el peso de las dudas
le clavetease los zapatitos
al suelo.
Si trepaba monte arriba
creía que podría caerse
envuelta en ortigas y áspera hierba,
si se quedaba en el llano
que el lobo más perezoso
la comería con una sola pregunta.
Esperaba tropezarse con alguna piedra
con la que no se viese derribada,
y poder hablarle de tú a las estrellas,
reír enseñando todos los dientes,
y dar un salto soñando cataratas.
Entonces llegó él,
despacito,
sin hacer sonar ninguna puerta,
a decirle lo maravillosa
e increíble que era.
Nená de la Torriente
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