miércoles, 5 de agosto de 2015


Cuántas veces armamos el mundo 
con palabras atómicas 
y nos creemos invencibles, 
pero nadie nos cree. 
Cuántas otras susurramos una sola 
y todos escuchan. 
Esta vida planetaria es un cúmulo de idioteces 
múltiples 
formuladas por tontos arrogantes 
donde la inocencia es un arma arrojadiza. 
Nadie viene a vernos a casa 
y tampoco queremos salir a enseñar el polisón 
por un decoro tan mal aprendido como tedioso. 
Las señales,  gastadas por un uso indebido, 
y el amor, 
cuatro letras que deberían llevarse a juicio 
por temerarias e indigestas 
-prometo inventarme otras cuatro 
 con mi  ɹoɯɐ, 
tan indigesto como temerario- 
No sólo enredamos besos aprendidos, 
confundimos caricias, 
mimo a la voz de ar, 
afecto a la voz de vasos sanguíneos, 
invertebrados pañuelos que cruzar 
con otros pañuelos 
que ni siquiera saben que existimos 
-vertebrados todos detrás de ellos- 
Yo quiero amar a un loco 
que no entienda de fórmulas 
ni de dinero. 
No quedarán prestigios 
ni vanidades, 
ni esperas, 
ni hoy tú, mañana yo, 
ni siempre no existe, 
ni siquiera en qué día nos conocimos. 
Sólo tú y yo, 
sólo quiéreme, 
quiérote, 
sólo este regalo que desempaquetar 
cada día. 


Nená de la Torriente 

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