Entre tantos libros
y la humedad de sus hojas
el ámbar es el testigo más familiar
y más hambriento de roce.
Lejos de los cristales y el moteo negro
de los huevos de mosca,
los dancines rompen
el claustro de éstas otras lentes
con el amor y las flores,
y con el sonido estridente
que nunca se hace canción.
Recuérdame como aquella niña
de trenzas finas
con moratones en las rodillas
que sabía reír como un dancín,
golpeando una y otra vez la alpargata
con disloque,
como si reclamase al suelo una puerta imposible
tragándonos a todos en eterna fiesta.
Hazlo,
que yo sabré escribir
algún día ese libro
donde tú bailarás en cada hoja.
Nená de la Torriente
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Háblame