Tengo impensada una idea
tan ostentosa como descalza.
Un pocito en las manos
para esa flor
que tal vez algún día me regales.
El milagro para un horror incalculable
que no ha asaltado aún mi palenque
orlado con hortensias azules.
Tal vez la cena más exquisita
en el lugar más inhóspito de la tierra
o el abrazo al ser menos acariciado
de entre todos los no mimados.
El buen cartucho
a ese estúpido tan estúpido,
a ese estúpido tan estúpido,
o el poema de amor sublime
a la que viaja yerma
de despertares.
de despertares.
Tengo impensado un plan tan perfecto
que abrumaría al día si amaneciese.
Como al heno,
atroparía a los niños
entre mis brazos,
atroparía a los niños
entre mis brazos,
así, como cualquier cosa,
con un chasquido de dedos
o con un gesto inimaginado.
Sería la espalda del viejo
que camina arrugado,
atándome a su cintura
con una cuerda de pita
o con una palabra recia.
El pétalo para la bala vieja
que no claudica o no sabe
ni cómo renovar su esfuerzo
ni qué hacer con su vida.
Tengo impensadas intenciones
diminutas o multiplicadas,
todas dables e improbables
sin benedícite ni tedéum,
sin benedícite ni tedéum,
sin encantamientos funestos
ni horrísonas magias.
ni horrísonas magias.
Nená de la Torriente
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