Esta felicidad que no interroga 
y que se desliza por las hojas 
del melocotonero 
no conoce lo inquietante de la caducidad 
ni el desasosiego por el percance. 
No contempla 
si estuvo antes que lo
amargo 
o que el despropósito por enredarse 
a una ruina que venciera 
esta alegría de ahora tan espontánea. 
Esta felicidad que no interroga 
y que se esparce 
como semilla en campos amables, 
llama a la sonrisa que se abre sola 
como una fruta bendecida, 
al trino incansable de pequeños alados, 
a aromas múltiples de todas las cosas, 
al amor hacia todo 
y a vivir sin más cuestiones 
que despejar los brazos 
al eterno infinito que está llegando. 
Nená de la Torriente

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