martes, 1 de septiembre de 2015


Tal vez 
amante de las desilusiones, 
los ambages son más propios 
de los que se indagan. 

Subido al encerado 
no distingo tu dedo anular 
de la tiza que araña el verde oscuro, 

ni ese trazo 
que hace el papel de periódico 
sobre el bocadillo, 
de ese otro que nace
del propio aliento del pan, 

-tan de colegio, 
tan de recompensa y sufragio, 
nada dómine ni sofisticado- 

Debo apagarme un rato, 
en el extremo más afilado 
de este extremo. 

Ver cómo se detienen mis pies 
seguros de haber encontrado 
algo candoroso y verdadero, 

no otra añagaza voceando ruinas. 

Si no estuviera desfallecida 
por el sonido de simuladas olas 

-humo encima de humo 
inventando pesca y amores, 
y acantilados, 
y bellas rocas- 

te amarraría con cables, 

pero sólo puedo avalar mi inocencia 
y la lisura de mis propios besos. 

Una vez más se me aviene un tú 
como aquellos tantos, 
pero no sé cuántos lograrán acabar 
con la trampa del corazón 
sin repostaje.

Cada músculo es diferente. 

Por qué mentirse.  
Es un misterio para mí. 




Nená de la Torriente

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