Piedra a piedra concluye el muro
para seguir sosteniendo cuerpos.
Ya éramos dos,
ya fuimos cuatro y
nos seguía pareciendo poco.
Almacenados en una firma
a pie de página
dispusimos que la hora había llegado
y fue ella la que debía presentarse,
y era ella a quien debíamos tener miedo.
Pan y vino fuimos,
el plato y la cuchara con los que hacer ruido.
Volcados en nuestro propio firmamento
no vimos caerse el cielo,
pero al final de todo
(en el silencio que asume el muro)
comprendimos el lenguaje
de la mañana,
y su inmensa perspectiva.
Nená de la Torriente
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