Hoy lloraré por el mundo, de nuevo.
Me he caído a
escasos milímetros
de tu boca,
como una palabra que
no cabía
o que tus labios
no la han dejado entrar.
Si voy a ser
silueta
escojo la sombra
de una hoja sobre el suelo,
sin otoños que la
derrumben
por una cara
y sin inviernos
tan grises que la roben
su opaco reflejo.
Siempre aprendo
despacio, tanto,
que es doloroso sentir
cómo se despegan las imágenes
de los ojos,
y cómo la lluvia
se amontona
en una rampa invertida
en la que nunca sé
situar el cielo.
Tal vez me he
hablado demasiado,
como una
Cenicienta que busca su baile,
su zapato, su
príncipe,
hasta calzar la
carcajada más decadente
donde no se halla el sonido,
justo en el pie
descubierto.
No espero volver a
escuchar mi nombre
en el peculiar sonido
de tus pestañas,
ni que me lamas el
dedo para robarme
el turno;
el tiempo ya no es
un grado,
en el fondo nunca fue un grado
desde que las canas
empezaron
a parecerme benévolas.
Nená de la Torriente