lunes, 16 de noviembre de 2015


Este credo ha conocido las montañas 
a las que tanto escribes, 
el torbellino de aire que baila los ochos  
como infinitos que se siguen, 
la multiplicidad de las aguas 
desde las gotas más pequeñas, 
el amor desde la insumisión y la promesa 
uno primerizo y vacilante, 
parvulario, 
contenido en el espacio que el pulmón guarda
para la risa excitable.  
Este credo sabe de la rigidez por el regaliz 
antes de que entre en la boca, 
de la ternura por los besos con baba, 
de los juicios que mutan por otros distintos 
serenamente sabios, 
iluminando el cielo 
con la existencia de otros cielos 
más allá de su punteado en azul. 
Este credo sabe montar a caballo, 
a cuchos de espalda frágil, 
es capaz de viajar a volapié,  
sobre la anilla de un gusano, 
y si aprende 
sube a un carro blindado para entender 
dónde no deberá subir nunca. 
Este credo es mayor que lo que abarcan dos manos, 
mayor que lo que divisan dos ojos, 
mayor que lo que despiensan dos mentes, 
mayor que lo que desean dos corazones. 
Este credo es arma y laurel, 
sal y porción de tierra, 
signo de energía, talismán, 
remanso de calma y aliento para aquel 
que cree en él y no reconoce más santidad 
que la naturaleza 
y su perfecto equilibrio. 



Nená de la Torriente

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