El
baquiano y su aprendiz
Ya me temías cuando en brote
borraba la lisura del barro
y en promesa me iba retorciendo
con la alegría de un nudo que se abre.
Me temías cuando no había asomado
mis pétalos,
desconocías mi aroma y mi fruto
y si mi tallo podía lastimarte
con aguzadas espinas,
o atraparte en una suavidad
lenitiva para todos tus males.
Ya me temías cuando no sabías
cómo llamarme,
y cuando decidiste cómo
sin conocer siquiera si sería.
Me temías lejana y atrapada en un suelo,
expuesta a inclemencias
y a voracidades de minúsculos infinitos,
callada como era,
sin ambición,
aun sabiendo que jamás
te robaría las piernas,
la voz,
las maneras.
Aunque no me otorgaran honores,
aunque no me concedieran nunca menciones
tú sabías bien
que yo seguiría creciendo,
mis ramas por derecho y nacimiento
tocarían el azul más claro,
y hasta el último día
el sol me rozaría el rostro,
pero a ti tal vez no,
y eso siempre lo echarías de menos.
Nená de la Torriente
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