miércoles, 11 de noviembre de 2015

El baquiano y su aprendiz


Ya me temías cuando en brote 
borraba la lisura del barro 
y en promesa me iba retorciendo 
con la alegría de un nudo que se abre. 
Me temías cuando no había asomado 
mis pétalos, 
desconocías mi aroma y mi fruto  
y si mi tallo podía lastimarte 
con aguzadas espinas, 
o atraparte en una suavidad 
lenitiva para todos tus males. 
Ya me temías cuando no sabías 
cómo llamarme, 
y cuando decidiste cómo 
sin conocer siquiera si sería.  
Me temías lejana y atrapada en un suelo, 
expuesta a inclemencias 
y a voracidades de minúsculos infinitos, 
callada como era, 
sin ambición, 
aun sabiendo que jamás 
te robaría las piernas,
la voz, 
las maneras.  
Aunque no me otorgaran honores, 
aunque no me concedieran nunca menciones  
tú sabías bien 
que yo seguiría creciendo,
mis ramas por derecho y nacimiento 
tocarían el azul más claro,  
y hasta el último día
el sol me rozaría el rostro, 
pero a ti tal vez no,
y eso siempre lo echarías de menos. 



Nená de la Torriente

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