Sabe decirlo,
sabe encontrar la saliva justa,
el peso ingrávido
de lo que importa,
el ángulo exacto del sexo
que domicilia al apetito.
Sabe encontrarlo,
donarlo,
mostrar el tronco que respira
y la hoja vuelta que se ofrece
y se desnuda,
mudar en carne de membrillo
la roca sucia
y depositarla, entre tímida
y perversa,
en el fondo de tus ojos.
Sabe entregarlo,
coger el aire entre el índice
y el pulgar
y pellizcar la brisa,
convertir el polvo en agua
de sementera,
y provocar encantamientos
levantando calimas.
Sabe cifrarlo,
escribirlo,
vocearlo para que el mundo
conciba lo que es la vida,
y en qué se asemejan
confusos o definidos
todos los sueños.
Nená de la Torriente
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