La madrugada trajo las palabras
que renunciaron de día a ser escritas,
las voces que quise pronunciar en tu oído
tan bajito, como los sonidos
que desde los pisos
nos advertían de la presencia de otros.
La mañana oscura se disparó
como un cañón defectuoso,
pariendo una bala sin pólvora
llena de estremecimiento,
un tú-yo y que nos olvide el mundo,
el que siempre estuve esperando
estrechando un espacio de inocencia bárbara
y de ilusiones a medio aderezo.
Por fin te había encontrado,
por fin lo he hecho.
Y ahora ¿qué hago contigo?
Sé tú mi timonel y mi adelantado,
mi sembrador,
mi cosechero,
el beso que sorprenderá a mi beso,
y la pasión que nos enseñará
a estrenar
el resto de los despertares
que nos queden.
Nená de la Torriente
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