Y aún sigo bailando
Perdí la gaviota en su vuelo,
su canto marítimo y alado
me sonaba a tierras,
a raspaduras de rocas más que de aguas
y atendí a los desiguales riscos
en su aspereza altiva.
Perdí la montaña y su majestuosa silueta,
su sonido de ecos volcánicos
me sonaba a un Dios enojado
más que a gigantes de piedra,
y atendí a los diferentes azules
en sus capas infinitas.
Perdí el cielo en su jardín inmenso,
su música de eternos silencios
me devolvió a mí
melancólica,
melancólica,
insignificante,
más que a llanuras de grandeza divina,
y atendí aquello que necesitaba cuidados
para que no se tuviera en tan triste,
y en tan nada.
Perdí mi cabeza en su díscolo diálogo,
su runrún de voces disonantes
me sonaba a una fiesta de párvulos
más que a palabras en busca de signos,
y atendí a mis manos menudas y lentas
en su ir y venir como el viento,
y bailé
y bailé,
y aún sigo bailando.
Nená de la Torriente
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