miércoles, 4 de mayo de 2016

Y aún sigo bailando 


Perdí la gaviota en su vuelo, 
su canto marítimo y alado 
me sonaba a tierras, 
a raspaduras de rocas más que de aguas 
y atendí a los desiguales riscos 
en su aspereza altiva. 

Perdí la montaña y su majestuosa silueta, 
su sonido de ecos volcánicos 
me sonaba a un Dios enojado 
más que a gigantes de piedra, 
y atendí a los diferentes azules 
en sus capas infinitas. 

Perdí el cielo en su jardín inmenso, 
su música de eternos silencios 
me devolvió a mí 
melancólica, 
insignificante, 
más que a llanuras de grandeza divina, 
y atendí aquello que necesitaba cuidados 
para que no se tuviera en tan triste, 
y en tan nada. 

Perdí mi cabeza en su díscolo diálogo, 
su runrún de voces disonantes 
me sonaba a una fiesta de párvulos 
más que a palabras en busca de signos, 
y atendí a mis manos menudas y lentas  
en su ir y venir como el viento, 
y bailé 
y bailé,  

y aún sigo bailando. 



Nená de la Torriente

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