A la Inquietud
Vagabundo,
te diste cuenta de la paridad
de los caminos
cuando resultaban tan distintos
a los ojos del que pasa.
Él se miraba en el espejo
y veía a un niño disfrazado de llama,
un volcán al que pondrían su nombre
las generaciones en trámite,
por eso se ceñía de jóvenes
con ojos de laguna
e instaba a su intelecto
para que no pactase nunca con su corazón.
Ellas jugaban con los años y con los días,
entretenían tardes de café descafeinado
con tertulias de política impracticable,
sin desatender nunca
sus búcaros delicados de flores secas.
Hasta aquel perdió su batín y la mordaza
cuando quiso hablar de los últimos días
y de las bonanzas,
que para contar con los dedos todo sobra.
Vagabundo,
sé que has venido a acompañarme,
a apartarme de litigantes,
de ademanes mutilados,
de corazones sordomudos que se ahogan
hacia adentro.
Vienes a llevarme puerto allende
sin pañuelos blancos,
sin despedidas turbadoras
ni capítulos aparte
y yo te reconozco torpemente en el espejo,
mitad viejo, mitad vieja,
mitad sol, mitad luna
como aquella sonrisa nueva del poeta
que se acercó al verso
por primerísima vez.
Nená de la Torriente
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