una palabra se enrosca en mi lengua
atolondrándome.
Morirse en la tierra
y renunciar al paseo,
como si alguien estuviese llorando
bajo mis piernas.
Eso he conseguido:
La infinita sonrisa y la celda infinita.
Levantar las duras puertas ilusorias
y pensar que he tirado ventanas
todas ellas de papel y lluvia,
dulcemente perfumada de lo que quise
y nunca logré que fuera.
No me llores ahora
-me digo-
Pero se me escapan las agujas
de los ojos
como un sueño en plata
que quiere descoserse en negro,
no sin herir los cincuenta años
que traigo vestida.
No me llores ahora
-me digo-
Pero un viento repentino
rompe
el límite de agua en la mejilla
y olvido que los olmos
no estuvieron siempre,
como que yo acabo de llegar ahora.
Nená de la Torriente
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