jueves, 23 de julio de 2015


Detrás de todos los olmos 
una palabra se enrosca en mi lengua 
atolondrándome. 

Morirse en la tierra 
y renunciar al paseo, 
como si alguien estuviese llorando 
bajo mis piernas.

Eso he conseguido:
La infinita sonrisa y la celda infinita. 

Levantar las duras puertas ilusorias 
y pensar que he tirado ventanas 
todas ellas de papel y lluvia, 
dulcemente perfumada de lo que quise 
y nunca logré que fuera. 

No me llores ahora 
-me digo- 

Pero se me escapan las agujas 
de los ojos 
como un sueño en plata 
que quiere descoserse en negro, 

no sin herir los cincuenta años 
que traigo vestida.

No me llores ahora 
-me digo- 

Pero un viento repentino 
rompe 
el límite de agua en la mejilla 

y olvido que los olmos 
no estuvieron siempre, 
como que yo acabo de llegar ahora. 



Nená de la Torriente

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