La piel de gallina,
los ojos a punto de emborronarse
como tizas blandas.
Siempre es la misma voz
la tuya muy en el fondo
pero la música suele ser caprichosa.
El atropello es constante en esta orquesta,
el mundo,
con su inválido sistema de señales.
Tú enseñas a tocar el instrumento de otro,
y así el siguiente,
hasta el último.
Alguien ha gritado
Déjenme
en paz
y todos han reprobado su falta
de control emocional
-parece absurdo-
En los descansos uno habla
y todos escuchan.
Entiende que el único orden posible
es que cada cual ocupe su lugar
sin miedo.
Ser uno y su propio sonido.
Pero muchos siguen enganchados
a timbres diferentes,
confundidos,
confundiendo lo que es la armonía
y lo que es el ruido.
¿Esto queríais?
¿Una arboleda sin tallos firmes?
No valoráis a quien bien prende
y baila el aire
por miedo a que suene fuerte o seguro.
Teméis al sincero
por ser obsceno
y excesivamente primario,
le envidiáis en su mismo canto
y en su libertaria moneda.
Cómo os conozco.
Atados los pies y las manos
todo es menos sonoro
y más tolerable.
El niño razona con armas de roca,
sus manos son de fuego
Maldice a las féminas largas de lengua
y débiles de espalda,
llama a la unión y nadie le escucha.
El poeta que es bueno se esconde,
que a venderse todo son siglas de derrota
abierta.
El escritor... Cualquiera.
¿Qué del político?
Ya no sabe nadar entre mil aguas,
apuesta para perder maldiciendo.
¿Esto es lo qué queríais?
¿Un mundo débil?
Abrid las manos.
Yo, aún creo.
Nená de
la Torriente
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