Esta herencia de nortes
es la quietud, el abrazo.
Días idénticos,
ayer, mañana.
Niebla baja al despuntar el día
y al alba el cortejo del sol
en los muros.
El pulso suspendido,
un soñar sin fuga
a escasos metros del avellano,
donde lega el caracol su geometría.
Mamá pasea una cadencia
inconfundible,
sus labios, los rosales, las hortensias.
La vida devora las plantas más verdes
en las fauces de Mya,
y todo deja de escribirse
desde la memoria.
El pensamiento rinde homenaje
a todo.
A ti que vas por delante de mis cosas.
Al amor verdadero.
¡A ese loco tan sensato
que es mi amigo!
¿Tengo amigos?
A las diferencias necesarias hombre-hembra.
Al embrujo del deseo y de los mimos.
A mis bellos hermanos, increíbles y distintos,
a aquellos que entienden sin peros
qué es la entrega.
Aquí calma y presencia,
un inexistente número firmado ante notario,
una valla rota donde el aire entra
amablemente
e invita a la tormenta,
pero no nos lleva con su estruendo
a la gran guerra
-en esta insólita avenencia-
ni captura flores
para reclutarlas por peces.
Nená de la Torriente
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