A sabiendas
de que tu sol
no es de invierno
y no voy a
buscar su beso en las tapias
-aunque tal
vez me agradaría-,
escucho su
voz amantísima
de cálidos alientos,
atenta
siempre a todos los sonidos
-más suyos
que de nadie-
como la
tierra, mantel arrugado,
que se dispensa y
se extiende
generosamente
para la lluvia.
No me tengas
cuidado
que no doy
juicios severos
ni de cuantía,
eso lo hacen aquellos
que les pesa
una levita
mal
reconocida,
y a mí ni me
conocen.
Ando erguida
en cualquier orilla
y hasta
desnuda aún puedo caminar
sin que me
llamen a juicio,
y si así fuera no acudiría
que poca fe
tengo en esas cosas.
Si escribir
es estar en una brecha
de vitales
desencuentros
de poco me
sirven las ~aches y las ~jotas
cuando no hay
nervadura ni fondo
en lo que al contar ando leyendo,
a no ser que el
que escriba
quiera
meterlo en cajitas de cuero
o en fina
capa de árbol difunto,
con ediciones
exquisitas
y tedi-liciosas
presentaciones.
Detén tu desgaste en campo de trigo
tiznado de vino y amapolas
o en sucio y
roto abrigo
al amparo de
una calle hostil
-aunque pronto
aprendas a hacerla amable-
Que mejor el
foam que el frío adoquín
y la coima
que la opositora,
el agua que
la bebida rancia
de aristócrata
biblioteca
-de sensibilidades cero-
La palabra
justa, amable
y hasta
acariciadora, y
si hiciera
falta volcánica
de un segundo,
como una bala
de cañón
directa al
pecho,
sin perder
más segundo
que el de un
solo aliento.
Vive,
con más de
una sonrisa
al día,
como galletas
guardadas
en el
bolsillo de un gabán
-tu gabán-
al que
reponer al llegar la noche.
Nená
de la Torriente
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