lunes, 8 de febrero de 2016


Juego a no dejar de jugar 
jugando a un juego que no conoces, 
no sea que marques sus reglas, 
esas que debería recordar 
y piensas que olvidaría. 
Juego a seguir jugando ayer, 
mañana, 
todavía, 
hasta esa esquina de la tapia 
donde no me sigan tus ojos, 
no vayas a decirme 
que anduve corta en silbatos, 
que me desvelé poco 
o que no estuve atenta, 
tal vez, 
a otras armonías. 
Juego sin jugar jugando 
a mirar la muerte sin MeloYDrama, 
-que jamás invitan a esas damas al baile 
de graduación eterno- 
Y hasta coquetamente juego 
a que mis zapatos encojan 
sobre un teclado de risas, 
en la escala más alta de todas, 

y es que si pudiera correr más ligera 
las nubes no serían de agua 
ni del tiempo hablarían las estaciones, 
¡oh, esas estaciones sin apeadero en vuelo! 
Pues he brincado más que la luna 
en noches de estrellas sopladas 
donde ni los pobres lobos supieron   
qué porción de cielo encañonar 
para apuntar sus hocicos de música. 

No te rías, no. 
Aún puedo cenarme el mediodía 
y almorzarme la madrugada 
y regresar a casa y decir: 
¡Esta no es mi casa!
Y salir a vagabundear entera. 


Nená de la Torriente

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