Ya no tengo prisa,
los jardines han echado sus candados
y al aire le sobra sombra.
Vendimio de poco en nada
los otoños de sol en los bancos
con sus disparos delgados,
y bebo sólo agua
que a la razón no le gusta que me amohíne.
No espero inquilinos a dilatar mis ansias
ni peces de colores en los labios.
Dejo que el arroyo manso siga librando
lo que no libran mis manos,
y me abandono en su orilla.
Ya no tengo prisa,
en las noches duermo a ratos de guillotina
y me despierto como ayer,
con arrugas en los párpados,
muerdo la punta del día para que me cabalgue
y sigo sonriendo,
como si me hubiese devorado el sol.
Nená de la Torriente
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