descubre los secretos
que no quisiste contarme.
Ladeo la cabeza y sonrío,
finjo no saber y cuento esporas
cuando me supones dormida
sobre helechos húmedos,
y espero pacientemente
que tú me envíes margaritas.
Siempre me gustaron las tapias
y el frío de la piedra no me asusta,
las oquedades han sido mi casa,
y la lluvia
el anhelo de este cuerpo
hoy todavía hermoso.
Sí, me atenaza la tristeza,
a ratitos breves
cada vez menos intensos
y a veces circulo por el mundo
como un céfiro incómodo,
las menos de las veces
porque casi todo el tiempo
vivo aquí arriba en mi tejado
ausente del peligro de vivir en remotos
de otros,
con la mirada tan en sus cosas.
Me cuelgo en mi hopalanda
los errores cometidos
no vayan algún día a olvidárseme
como olvido tantas cosas
hoy perdidas sin baldón ni herida
con savia de color alguno.
Lo único que lamento cariño mío
es que no te des cuenta
de que este pulso cansino está timbrado
y aunque en mí
te pertenece,
es en tu latido,
¡millones de millones de lunas!
Y cada una de mis tejas
te echa más de menos
que tú a mí.
Ojalá que me necesitaras tanto
como yo te necesito.
Nená de la Torriente
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