Carta al amigo
Que le busquen a la letra
el sentido del olor a náusea,
el desgarro, la herida,
la cicatriz, la bala de cañón,
el revolcón,
el atracón de soez hartura,
y no menos desagradable,
la sensación de vértigo
y la retahíla del rompechapas
y del crujedemonios,
que por edad parecen estabularse
sólo al llegar el día,
me aburre tanto, mi soñador callejero,
como aquel que vive pegado al legajo
de su biblioteca, y cree
que no crece el que no se sabe
de memoria la Odisea.
Piensas -pero no me dices-
que no sabes dónde acabar
para empezar de nuevo,
ni a quién exorcizar para que no te olvide,
y yo ando dubitativa con mi pala azul
sin saber en qué cielo
empezar a cavar agujeros,
para guardar mis nubes.
No podemos mover el lugar
ni este ahora que se resiste,
pero acaso importa mucho
que todo sea nada
en este preciso instante,
y que llueva sobre agua de nuevo
tan despaciosamente,
porque no nos toca ver más allá de esto
que es ya, y no es luego,
al encender la vida
-porque ese pacto ya
lo hemos hecho-
y ser consecuentes,
arrimándonos a lo que nos es inconcuso.
Nená de la Torriente
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