Han sido sus ojos como dos espinas dulces,
verdes barcazas de punzante quilla
los que me han engarzado a la ternura.
El universo se mueve dentro de mí,
diminutos puntos de luz
resueltos a no extraviarse,
uno por cada átomo
y la vida allí donde cada uno.
Me ha dado la mano bajo la lluvia
acariciando mi pena sin darse cuenta.
Dentro de esta casa cubierta de cuadros
a los que arrebaté los lienzos,
poco tiene sentido ya
más que la extrañeza del pasajero que se muda
a cada instante de asiento.
Él y todos los atardeceres me olvidarán
-dirán que no, pero lo hacen-,
olvidarán el incendio de mis ojos,
mi pelo enmarañado y casi hostil
y hasta el brillo de los suyos al mirarme,
pero hay un universo dentro de mí
agavillando y dispersando átomos
que seguirá siempre agitándose.
Nená de la Torriente
Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar Luís.
EliminarUn abrazote,
Nená