Tendrían que
habernos avisado
de lo cruel que es
la villanía,
del disfraz del
ángel,
de las trampas del
destino,
del continuo vaivén
de la sorpresa
del mismo modo
que
la Belleza nos asalta cada día,
exquisita
a menudo,
como poderosamente
indigesta
para un corazón
debilitado.
Tendrían que habernos hecho mapas sencillos,
haber dejado
muescas en las piedras,
dibujos entre las
ramas más viejas
de las encinas
centenarias
a este lado del
dique de las aguas;
Tablas ayudando a
que la memoria
no se enterrara en la nieve,
cláusulas en la semilla
donde el ser humano nace diminuto
como esperma aún
mucho más dulce.
En cambio llegaron
de todas partes
a decirnos qué hombres eran valiosos,
apuntando quiénes
podían superar qué pruebas
o de qué
precipicios iban
-irremediablemente-
a caerse,
y llegaron con
apellidos similares
imponiéndonos lo que era más correcto,
lo que era mejor
y más oportuno.
Sometieron al mundo,
le quitaron el
color,
la palabra,
su lenguaje y comunión natural.
Confundieron al
pequeño llamándole débil,
amordazaron al
gentil y al que sueña,
y comenzaron a
construir con celo
un imperio absurdo
de superfluidades.
Nená de la
Torriente
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