Me percaté del ~nos~
cuando el ~me~ estaba
dolorosamente
desnudo.
Me percaté del terror
de asomarme
al pozo
de las lapidaciones.
Ya no importaba lo
que tardasen
en recorrer mi cuerpo,
ni que no conociese los ojos
que iban a descubrir mis
lunares.
Había cruzado la
línea más fina
de todas: La del
Secreto.
Podía guardar maletas
llenas
de verdades
o no guardar más que
mentiras,
ser una muñeca de
porcelana
o un bisturí,
un silencio, un
grito,
una luz que se apaga
o una alborada cegadora.
Tú no ibas a
entenderlo,
ni tú, ni tampoco tú,
pero tal vez algún
día
alguien sí.
alguien sí.
¿Qué cabía en un
poema?
¿Qué reclamaba de mí?
¿Qué clase de broma
era
la de creer que
armábamos al poeta?
¿Cuál la de pensar
que formábamos
parte de la poesía?
Y no llegó el amor
-porque los cuentos no
acaban bien,
nos engañan-
Cada uno miraba hacia
un punto distinto
del paisaje,
y los versos tropezaron
y las palabras se enredaban.
Llegaron vientos que arrancaron
consonantes
y volvieron a las
vocales tímidas.
Todo parecían restas:
~Yo quito y tú te
llevas,
y esto no es arte, y
quédate quieto,
y no sigas~
Al final del camino
dejamos de intentar
conquistar la
palabra,
de alcanzar la colina
con nombre de magia.
Pero ya ves,
seguimos en la
ladera caminando,
porque nunca supimos
hacer otra cosa.
Nená
de la Torriente
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