martes, 31 de mayo de 2011

Tendríamos que haber coincidido en alguna acera perdida de una calle cualquiera. Sin sonidos, dentro de un suspendido vacío que no causara extrañeza. Así se acaudillan los libros que acaban dando razones a todas las cosas que parecen no tenerla. Somos lo que somos,  no siendo siempre los mismos, un laberinto de verdades a medias de buenas o extrañas intenciones,  que acaban por unir esencias con otras voluntades -que de hecho nunca han planeado por el mismo edén-
Si la vida es una carrera contrarreloj, yo me paro.
Es absurdo, no saber qué clase de meta venderá mis cuidados, ni cuánto debo, ni cuánto tendré.
Nadie va a entenderme cuando me siente sobre la arena, y mire al mar durante horas,  y escuche el rugido de esa masa llena de vida hasta perder la noción del tiempo;  quizá tú sí me entiendas, o quizá no -nadie va a juzgarte-
Imagina que alguien me ampare, ¿qué haré con un amparador, le invitaré a pastas? La vida es demasiado absurda para andar dándole nombres a todo lo que meter en cajones. En el fondo me dan miedo todos esos que dicen: “nunca digas”, “no hagas jamás eso”, es como ponerse cinchos para encontrarse, para saberse ellos mismos.
Yo no sé quien soy siempre, pero sé a quien quiero, y estas son mis referencias, mis cariños, los únicos horizontes que nunca se mueven.
Tenedme en lo que yo os tengo, no voy a fallaros.

Nená

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